16.3.07

El Pasado del discípulo del Samurai Urbano

Én ésta habitación quedan esquirlas de la segunda guerra mundial, raro, ya que estamos a miles de quilometros y a un montón de millones de horas de ese suceso.

Todo está sucio, y huele a polvo, las paredes rajadas y descascaradas,
ventanas que dejan pasar el calor, pero no la luz
El piso de madera tiene astillas, muchos libros viejos de religión católica, relojes que no andan, y miles de piecitas en cajas de fósforos y de cigarrillos.

Una escalera serpiente, con un poco de mármol. Empinada, peligrosa.
La bajo, un pasillo que fue víctima de una lluvia. Las macetas sulfuraron tierra. Ahora está seco, pero con manchas negras.
Entro a una habitación dónde el fulgor de un aparato ilumina todo. Una vieja, una chica con aspecto dejado, cara de estúpida, una perra alegre que deja en el aire un efluvio desagradable.
Nene, me dice la anciana "sabés lo que dijeron en la tele...", una cara de sufrimiento, como si hubiera sido actriz en sus años nobles. Pero solo fue una ama de casa irritable y viuda. Pocos de sus ocho hijos superaron el fracaso de la indiferencia.
Hago que miro la tele, pero solo estoy viendo el epicentro de un escenario de baja tensión eléctrica, naranja.

No quiero decir que no me importa, no quiero ser agresivo, no quiero destruir todo. Es mi infierno de escape del limbo. Ese limbo que siempre fomenta lo mismo y la misma situación, los mismos días. El no pierde nada, sus materiales tienen resilencia de años, yo solo vivo pocos.

Entre tazas de te, de mirar al cielo sin horizonte, pienso que hacer con furia; las personas reales que conocí son personajes en mi cabeza. Hablo con ellos, pero solo sirven de máscara para mi yo detrás.

El Parque de los 100 años, mi primer objetivo, un círculo , una cárcel verde. Tiene un clima propio y fresco. Gente, niñas deliciosas charlando, parejas besándose, tríos tomando cerveza y yo tirado debajo del árbol más frondoso. No puedo parar de pensar ni mirando la estrella más luminosa. Me levanto con furia, algunos se dan vuelta ya que asombra el pasaje violento del descanso a un rápido desplazamiento por el espacio, torpe, y luego filoso.

¿Volver? a dónde, a dónde, el cuerpo cede, el cansancio es forzado, e invocado con artes inconcientementes. ¿Tengo opciones? ¿Soy potente, estoy inmbuido en la demiurgia?¿Dónde voy, qué haré?. Escribir, escribir, no. Nada de eso.
Quiero hablar con un sujeto de la plaza como si fuera mi amigo de años, pero nunca logre una conexión profunda. Ni con drogas.
O aquella vez...cuando estaba con él y me contó esa historia desgarradora. Y luego nuestra cobardía conjunta de hablar con esas nenas rubias en la playa. El dolor de la impotencia, el placer de algunas situaciones. La presión del tren metálico.
Hace mucho que no me atraviesan con una flecha, ¿soy de hierro? o estoy escondido, en una habitación desconocida, en otro tiempo, y en otro espacio.


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